El reflejo en el cristal me mira, en silencio,
imperturbable, ajeno a la tormenta de pensamientos que hay tras mis ojos. En la
penumbra del autobús en el que voy, su mirada es fría, calculadora y sincera,
muy distinta a la cálida y verde mirada que visten mis iris cuando captan la
luz del sol por las mañanas. Noto cómo se desenfoca mi mirada, y cómo voy
siendo arrastrado hacia la tormenta como una mariposa en medio de un vendaval.
El rugido del motor me saca de mis ensoñaciones, haciendo que consiga despegar
mi vista del espejo negro en el que se ha convertido la ventana. La tormenta
amaina poco a poco, mientras cierro los ojos y me masajeo el puente de la nariz
lentamente. Son tantas las cosas que han ocurrido en tan poco tiempo, qué no
termino de asimilarlas. Cierro los ojos suavemente, e intento despejarme y
reflexionar con algo de claridad. Noticias no del todo inesperadas, que no es
que no despierten los sentimientos que preveía: Es que no despiertan nada.
Pienso en ello mientras el bus deja atrás el intercambiador, saliendo a la
nocturna tarde madrileña. Me recuesto en el asiento, mientras medito cómo me
siento, y cómo me debería de sentir. Al cabo de un rato, llego a la conclusión
de haberme saltado algún paso en la superación de mis problemas y que, si bien
ha hecho que saliese del paso con una rapidez inesperada, también hace que me
plantee si hay trampa en todo esto. Sacudo la cabeza, y hundo las manos en mi
pelo. Desconecto mi mente del lado oscuro, y encuentro una luz que brilla
débilmente, con el miedo del superviviente de una matanza, y con la firmeza de
las nuevas esperanzas. Supongo que no debería dejarme llevar por el calor que
promete esa luz, pero hay demasiadas balas para esquivarlas todas y demasiado
cielo para tan pocas alas. Además, oigo el tintineo del llamador de ángeles que
cuelga de su cuello, enredado en hilos del color del trigo maduro, y decido no
resistirme a su sonido. Nunca es bueno estar solo, y la sensación de calor
crece cuanto más tiempo estoy cerca de ella. ¿Por qué no intentarlo? Al fin y
al cabo, se acerca el invierno, y yo no soy más que un niño del verano que
perdió su manta olvidada en el arrollo en el que se bañaba durante la
primavera.
1 comentario:
A veces se me hace extraño leer algo y ponerle imágenes en mi cabeza.
Y también que en días complicados sea el mal tiempo lo que me levante el ánimo y no el sol.
¿El chico llegó sano y salvo a su destino?
Seguro que eligió el camino correcto.
Y si no, lo encontrará. ¿Todos nos salimos alguna vez de él no?
Love,
A.
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