lunes, 20 de febrero de 2012

Miradas que no reflejan



El reflejo en el cristal me mira, en silencio, imperturbable, ajeno a la tormenta de pensamientos que hay tras mis ojos. En la penumbra del autobús en el que voy, su mirada es fría, calculadora y sincera, muy distinta a la cálida y verde mirada que visten mis iris cuando captan la luz del sol por las mañanas. Noto cómo se desenfoca mi mirada, y cómo voy siendo arrastrado hacia la tormenta como una mariposa en medio de un vendaval. El rugido del motor me saca de mis ensoñaciones, haciendo que consiga despegar mi vista del espejo negro en el que se ha convertido la ventana. La tormenta amaina poco a poco, mientras cierro los ojos y me masajeo el puente de la nariz lentamente. Son tantas las cosas que han ocurrido en tan poco tiempo, qué no termino de asimilarlas. Cierro los ojos suavemente, e intento despejarme y reflexionar con algo de claridad. Noticias no del todo inesperadas, que no es que no despierten los sentimientos que preveía: Es que no despiertan nada. Pienso en ello mientras el bus deja atrás el intercambiador, saliendo a la nocturna tarde madrileña. Me recuesto en el asiento, mientras medito cómo me siento, y cómo me debería de sentir. Al cabo de un rato, llego a la conclusión de haberme saltado algún paso en la superación de mis problemas y que, si bien ha hecho que saliese del paso con una rapidez inesperada, también hace que me plantee si hay trampa en todo esto. Sacudo la cabeza, y hundo las manos en mi pelo. Desconecto mi mente del lado oscuro, y encuentro una luz que brilla débilmente, con el miedo del superviviente de una matanza, y con la firmeza de las nuevas esperanzas. Supongo que no debería dejarme llevar por el calor que promete esa luz, pero hay demasiadas balas para esquivarlas todas y demasiado cielo para tan pocas alas. Además, oigo el tintineo del llamador de ángeles que cuelga de su cuello, enredado en hilos del color del trigo maduro, y decido no resistirme a su sonido. Nunca es bueno estar solo, y la sensación de calor crece cuanto más tiempo estoy cerca de ella. ¿Por qué no intentarlo? Al fin y al cabo, se acerca el invierno, y yo no soy más que un niño del verano que perdió su manta olvidada en el arrollo en el que se bañaba durante la primavera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces se me hace extraño leer algo y ponerle imágenes en mi cabeza.
Y también que en días complicados sea el mal tiempo lo que me levante el ánimo y no el sol.
¿El chico llegó sano y salvo a su destino?
Seguro que eligió el camino correcto.
Y si no, lo encontrará. ¿Todos nos salimos alguna vez de él no?

Love,
A.