martes, 19 de noviembre de 2013

Ella es...



Ella es los dedos que me tapan los ojos. La sonrisa contra mis labios.
Ella es la mano que se entrelaza con la mía. La caricia de su pelo en mi cara.
Ella es un surtido de tartas. Una botella de vino blanco.
Ella es la caricia en mi mejilla. Las ganas bajo el edredón.
Ella es los buenos días de ojos cansados. Las duchas juntos.
Ella es el viento en los acantilados. Los besos junto el faro de Howth.
Ella es el reflejo en la ventanilla. Su cabeza apoyada en mi brazo.
Ella es la foto en mi recuerdo. Los ojos que cantan sin hablar.
Ella es el dolor de mis costillas. Las peleas de almohadas.
Ella es el Temple Bar en el que la bebo sin parar. El sabor tostado de una Guinness.
Ella es una canción en un pub. Ella es Yellow, de Coldplay.
Ella es los paseos por el Liffey. El graznido de las gaviotas.
Ella es el Spire donde todo se cruza y todo se encuentra. Las ganas de fundirme en ella.
Ella es el Fitzsimmon’s, el Club Hell y el Mercantile. Su cintura rozándome.
Ella es lo que hizo que no desayunásemos. Las horas en la almohada.
Ella es las miradas sin ganas de embarcar de los aeropuertos . Los besos de despedida.
Ella es Dublín.


El resto, queda entre nosotros.





miércoles, 7 de agosto de 2013

Souvenirs

Nos miramos. Yo desde el coche. Ella desde la acera. Se acerca dando saltitos. Sonrío. Parece más joven cuando lo hace. Ya ha llegado a la ventanilla del conductor. Se inclina y noto su cabello cosquilleando en mi brazo apoyado en la puerta. Se me eriza cada pelo del cuerpo. Disfruto del momento, apenas un segundo que me estremece.
Dibuja una sonrisa de labios finos mientras me clava al asiento con sus ojos verdes.

“¿Quieres que te traiga algo cuando vuelva del viaje? –Le pregunto.

“Con que vuelvas entero me basta.” –Me mira divertida. Se agacha para llegar a la altura de la ventanilla y pega su frente a la mía. Los cíclopes se miran, sin pestañear.- “Bueno… tal vez si que quiero que traigas algo”
Desliza su mano por mi mejilla, la enreda en mi pelo, tira suavemente mi cabeza hacia atrás mientras me roba un beso, como si atracase un banco a plena luz del día. Espectacular.

A estas alturas de la historia, creo que me quedé sonriendo, pero no como un medio idiota. Más bien como un idiota entero. Sin remedio ni demasiada salvación.

“Tráete ganas de mí”

viernes, 26 de julio de 2013

Parpadeo

Parpadeo.
“Cagao”- espeta mientras me empuja de vuelta al sofá. Me golpeo la cabeza contra el armazón. Ni lo noto apenas.
Parpadeo.
“Cagao”- susurra, casi para sí. Como si no fuese solo a mí a quien increpa. Se inclina hacia mí, sobre el sofá.
Parpadeo.
Su frente contra mi frente. Su nariz contra mi nariz. Mis labios buscando los suyos. Los suyos materializándose sobre los míos. Suavidad. Ganas.
Parpadeo.
Su boca, cerrada. Una puerta hecha de labios finos. Y de pronto, se abre. Primero una rendija. Luego se ensancha. Una sonrisa tímida saluda desde el umbral. A bocajarro contra la mía.
Parpadeo.
Su mirada, expectante. Me clava al sofá sin preguntar si puede. Se vuelve a inclinar.

“Vaya, vaya…”


Sonrío.



Parpadeo.




domingo, 9 de junio de 2013

"Juguemos"


“¡Eh chico! ¿Quieres probar suerte?”

La pregunta atraviesa la distancia que me separa de la mesa, a pesar del ruido que impera en la sala. Se nota el ambiente cargado de humo de tabaco, de olor a humanidad, olor a vidas perdidas en una mano desafortunada, a cielos ganados con faroles. Podría cortarlo como si rasgase un papel. Echo una ojeada a la mesa. He estado mirándola a menudo desde que entré en este lugar. Intento hacer memoria de cómo he llegado a acabar aquí. Para mi alivio, no lo recuerdo. Buena señal, a menos que me hayan drogado sin saberlo, estoy en un sueño. Eso me da la seguridad suficiente como para aceptar la invitación al juego. Me siento en el lado opuesto de la mesa. Él me mira de hito en hito, presintiendo una presa fácil. Se cree ganador ya. A lo largo de la noche ya ha desplumado a prácticamente todo el que se ha sentado en su mesa, salvo a un par de personas sentadas a mis lados. Es curioso. Ambas son mujeres. Tal vez le gusten, tal vez sean sus compinches. A lo mejor solo son víctimas del agujero negro en el que se ha convertido la mesa, a las que despluma lo máximo que puede sin llegar a arruinarlas, manteniendo viva su esperanza de jugar y conseguir recuperar lo que han perdido. ¿Ilusas? Puede. Seguramente no saben donde están jugando. Ni a qué. Admito que yo tampoco. Pero la mesa vibra, riela ante mis ojos, me susurra seductora. Echo un vistazo a la chica de mi derecha. Me resulta vagamente familiar. Es guapa, tiene buena figura, pero la cascada que es su pelo oculta su cara inclinada sobre la mano que nos acaban de repartir. Suspiro. Si se da bien la noche tal vez pueda proponerle tomar algo, o cenar. Quién sabe. Sacudo la cabeza, alejando sueños y fantasías. Si juego pensando en algo que no sea ganar la partida, estoy perdido. Para mí la mesa está fría aún, mientras que en para mi anfitrión tiene la agradable tibieza de las partidas ganadas sin hacer nada, fáciles.

Se acerca un crupier auxiliar a preguntarme si voy a querer fichas. Saco algo de dinero de la cartera y lo cuento, calculando cuánto puedo permitirme perder en el caso de no conseguir levantar la partida. Pero en ese momento le miro, intentando evaluar por su actitud de gato desperezado cuan seguro está. Bastante, por lo que parece. Demasiado para ser mi propio sueño, de hecho. Le dedico una de mis mejores sonrisas de ganador y clavo mis ojos verdes en sus pupilas oscuras, al tiempo que le doy la cartera entera al crupier. Veo que empieza a sonreír abiertamente, con la arrogancia de quien se sabe vencedor de la timba. Así que agarro al crupier por la manga para que espere, y me desabrocho el reloj, despacio,  con parsimonia, dándoselo mientras esgrimo una sonrisa de tiburón que me daría miedo hasta a mí mismo de poderla ver.
-Pensaba que el reloj se lo reservaría para partidas posteriores- Le veo ponerse serio e incorporarse en su silla, curioso-. No que lo apostaría directamente en la primera ronda.

Ahí está, la primera rotura, la primera grieta en su seguridad helada. Ensancho más aún la sonrisa. No me queda más labio que estirar, creo. Esto empieza a ponerse interesante.
La chica a mi izquierda, la de más edad de la mesa, me mira un poco mal, pero a continuación dirige una mirada de admiración hacia el hasta el momento invicto de la noche. Arrugo el ceño. Echo un vistazo a mi derecha y entreveo un brillo azul y el rastro de una media sonrisa. Le guiño el ojo. Al menos parece que no toda la mesa quiere matarme.

-Ya, lo he pensado. Es algo muy preciado para mí, pero ahora mismo me interesa más conseguir lo suficiente como para que podamos jugar a la misma altura. ¿Qué sentido tiene jugar si se juega en inferioridad de condiciones? Supongo que el propio juego en sí, vaya. Y jugaría así, por el placer de jugar si no tuviese intención de ganar. Por eso no me importa apostar mi reloj. Mi tiempo. No hay tiempo gastado que se iguale a vencer cuando no se espera ganar.

Respiro. Lento. Cierro los ojos. Los abro.

"Vamos a ponernos serios. Juguemos".

martes, 4 de junio de 2013

Con ella.



Asomo los ojos por encima de mi cuaderno, La espío. Subraya sus apuntes con expresión concentrada. De vez en cuando, mira el móvil. Se oye de fondo el canto de una fuente, las risas de unos niños en el jardín de al lado, el rasgar de su lápiz al deslizare sobre la hoja. - ¿Estás escribiendo?- pregunta curiosa. Me pilla por sorpresa, y le respondo con un rápido “no”, mientras se me escapa un atisbo de sonrisa. En cuanto noto que vuelve a su lectura, continúo mirándola. Se recoje un mechón de pelo rebelde que le cruza los ojos detrás de la oreja con gesto distraído. Acaba de suspirar mientas pasa la página. Puede que esté cansada, de que llegue por fin el buen tiempo y ella solo pueda disfrutarlo desde el jardín de su casa. Noto que me observa por el rabillo del ojo, dos trozos de azul helado entre una cascada de fuego rojizo. Dejo de escribir, mientras le robo un beso rápido, que provoca que dispare una de sus sonrisas a quemarropa contra mis labios. Me pierdo observando ensimismado la curva que describe su cuello hacia su hombre desnudo, con su pelo trenzado de fondo, brillando, reflejando la luz de la tarde que escapa perezosa entre los árboles.

Tengo ganas de verano. De verla con tiempo libre, no arrancándole horas a los días y sueños a las noches. De perderme con ella por cualquier parte. De perderme por ella, en el hueco de su cuello, en sus manos cogiéndome la cara, en sus ojos azules cuando atraviesa los míos, en ella.

Me caza mirándola, con el boli en la mano, su mano en mi rodilla. Le aguanto la mirada hasta que vuelve a sus apuntes con una sonrisa rápida.

Tengo ganas de verano con ella.

Para la chica pelirroja de los gatos. 

lunes, 27 de mayo de 2013

Camino a lugares seguros.

Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.

La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta.

La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que "el tiempo todo lo cura" es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.

La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.

La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.

Pat Rothfuss

miércoles, 16 de enero de 2013

Intocable

Me vuelve a poner la carne de gallina. La oigo salir del ordenador, y siento cómo me envuelve. Cierro los ojos y respiro lento. Casi puedo oler la música. Creo que huele a lluvia, a días en los que llueve mientras empieza a salir el Sol. Porque todos tenemos más oportunidades de las que vemos y están ahí, esperándote, y si las quieres solo tienes que estirar el brazo y acariciarlas. Porque hablar con una sola persona con la canción adecuada, despierta la tormenta tras mis ojos, y estalla rápida como si hubiese estado contenida demasiado tiempo en una botella demasiado pequeña. El milagro es que no se haya roto antes. Intenta atrapar un rayo de sol con las manos, y se escurrirá entre tus dedos como agua. Cázalo iluminando los ojos de alguien, y será tuyo para siempre, brillando mientras tengas memoria.