jueves, 23 de febrero de 2012

El mar, las olas y los castillos de arena.


El silencio se hizo entre los dos, imparable como la subida de la marea. Cuando aparté la vista de la ventana, vi que sus ojos brillaban, quizá de la emoción, quizá por miedo, o tal vez, por esa alegría que sentimos cuando algo que sabemos que pasará, acaba por ocurrir. Acerqué la taza humeante de chocolate a mis labios y soplé con suavidad para enfriarlo antes de beber, intentando ganar tiempo. ¿Cómo había llegado la conversación a ese punto? ¿Cómo había podido hacer que me abriese a sus preguntas tan rápido?
Paladeé el chocolate mientras seguía cavilando respuestas que no conseguía cazar.
“¿Sabes qué?” Su pregunta me sacó de mi mente justo cuando empezaba a vislumbrar una salida a la situación. “Sorpréndeme, genio”. Debió de notar mi tono irónico, porque torció el gesto en una media sonrisa que me recordó a la mía propia. “Creo que no tienes la culpa de esto. De todo, entiéndeme.” Abarcó con un gesto toda la cafetería. “ Cada uno eligió su camino en su momento, y pensar en que tantas cosas hubiesen sido tan diferentes a como son ahora. ¿Cuántos tiempo hace que no la ves?” “Desde hace casi tres años” Suspiré, volviendo a aquella última tarde a su lado, en como sonreía, en como le brillaba el pelo, y en el tono de su voz, suave como una caricia en la mejilla, cálida como la sensación de dormir lentamente delante de una chimenea encendida. “Como me pongas los ojos de melancolía, me voy a ir y te van a dar por saco. Quiero que recapacites, que pienses lo que fue en realidad. Seguramente durante todo este tiempo la hayas idealizado tanto que si la vieses, ibas a sonreírle como un idiota aunque te arrugue el ceño al verte. No lo sé. ¿Y si a lo mejor no fue mas que un capricho tuyo? Hombre, te reconozco que era una chica muy guapa, pero…” Se interrumpe cuando aparto mis ojos de la ventana y clavo mi mirada en sus ojos castaños, mientras parpadeo lentamente, con deliberación. Él me conoce demasiado bien, y sabe que mis ojos cambian con el estado de ánimo, y sé que después de parpadear, algo ha cambiado, dejando de velarse por los recuerdos y se han oscurecido, convirtiéndose en un bosque, con sus hojas verde oscuro en el borde del iris, y su color madera pegado a la pupila. Y es un bosque que está lleno de lobos. “No me digas que crees que fue un capricho” Mi voz es apenas un susurro, tan bajo que mi mejor amigo se tiene que inclinar para escucharme, pero las palabras salen de mi boca, inexorables como el paso de las estaciones. “Sólo he sentido algo parecido por alguien dos veces, y la segunda ya la he olvidado. Pero no la primera, no. Me aferré a esa esperanza cuando todo estaba perdido. Y a ti. Fuisteis mis contactos con la realidad, con lo que pude distinguir, y saber elegir con la cabeza necesaria en cada decisión. ¿Que era guapa? Era preciosa, apenas consciente de su propia belleza, como una flor que empieza a abrirse” Imité la media sonrisa que me dedicaba Amadeo enfrente de mí, al recordar la frase de Kvothe. “Era…. ” Resoplé frustrado al no encontrar palabras que merecieran describirla. “Era simplemente perfecta. Tenía defectos, pero era precisamente eso lo que la hacía especial. Tú dirías que tenía el pelo castaño oscuro, los ojos marrones, y unas pocas pecas en las mejillas. Yo te diría que su pelo era liso, suave, del color del café oscuro y que sus ojos solían brillar siempre, estuviese triste o feliz, con una mirada que podía pararte el corazón, y una sonrisa que podía reanimártelo antes de que olvidase como seguir latiendo. No fue un capricho. Por ella no me costaría madrugar y hacer el desayuno los fines de semana, o pasar frío mientras espero a que salga de clase en la facultad. A ella no la querría llevar a la cama, sino a las estrellas. No habría ninguna mujer más feliz en la Tierra entera, pues su felicidad se convertiría en mi vida.” Me levanté de la silla acercándome a la pared y volví a mirar por la ventana, viendo como los últimos rayos de sol se iban a dormir. Oí que él también se levantaba, y sus pasos hasta que apareció a mi lado. Nos miramos entrecerrando los ojos para que el Sol no nos deslumbrase, con los ojos de quienes se han escuchado tantas veces que no hace falta hablar a veces para decirlo todo. “Lo sé, nano, lo sé. Y sé que si desde que te fuiste  no has cambiado de opinión, es porque realmente no es una tontería. No eres ese tipo de persona. Si tengo que confiar en la opinión de alguien, es la tuya. No te preocupes, la vida da muchas vueltas, y quien sabe cómo acabaremos.” Sonrió por fin, y las arrugas de preocupación de su frente desaparecieron como si nunca hubiesen existido. Me pasó un brazo por los hombros, reconfortándome. “Pero como vuelvas a mirarme como antes, pagas tú.” La risa subió por mi pecho, volviendo a dejarme tranquilo, como una ola que derrumba un castillo de arena hasta no dejar nada. Le guiñé un ojo mientras me giraba hacia la barra “Doncs no deixes que m’enrecorde”. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creía que ciertas palabras sólo existían en los libros.

Quizás algún día te cuente un secreto sobre esta entrada.

Love,
A.