El silencio se hizo entre los dos, imparable como la subida
de la marea. Cuando aparté la vista de la ventana, vi que sus ojos brillaban,
quizá de la emoción, quizá por miedo, o tal vez, por esa alegría que sentimos
cuando algo que sabemos que pasará, acaba por ocurrir. Acerqué la taza humeante
de chocolate a mis labios y soplé con suavidad para enfriarlo antes de beber,
intentando ganar tiempo. ¿Cómo había llegado la conversación a ese punto? ¿Cómo
había podido hacer que me abriese a sus preguntas tan rápido?
Paladeé el chocolate mientras seguía cavilando respuestas
que no conseguía cazar.
“¿Sabes qué?” Su pregunta me sacó de mi mente justo cuando
empezaba a vislumbrar una salida a la situación. “Sorpréndeme, genio”. Debió de
notar mi tono irónico, porque torció el gesto en una media sonrisa que me
recordó a la mía propia. “Creo que no tienes la culpa de esto. De todo,
entiéndeme.” Abarcó con un gesto toda la cafetería. “ Cada uno eligió su camino
en su momento, y pensar en que tantas cosas hubiesen sido tan diferentes a como
son ahora. ¿Cuántos tiempo hace que no la ves?” “Desde hace casi tres años”
Suspiré, volviendo a aquella última tarde a su lado, en como sonreía, en como
le brillaba el pelo, y en el tono de su voz, suave como una caricia en la
mejilla, cálida como la sensación de dormir lentamente delante de una chimenea
encendida. “Como me pongas los ojos de melancolía, me voy a ir y te van a dar
por saco. Quiero que recapacites, que pienses lo que fue en realidad.
Seguramente durante todo este tiempo la hayas idealizado tanto que si la
vieses, ibas a sonreírle como un idiota aunque te arrugue el ceño al verte. No
lo sé. ¿Y si a lo mejor no fue mas que un capricho tuyo? Hombre, te reconozco
que era una chica muy guapa, pero…” Se interrumpe cuando aparto mis ojos de la
ventana y clavo mi mirada en sus ojos castaños, mientras parpadeo lentamente,
con deliberación. Él me conoce demasiado bien, y sabe que mis ojos cambian con
el estado de ánimo, y sé que después de parpadear, algo ha cambiado, dejando de
velarse por los recuerdos y se han oscurecido, convirtiéndose en un bosque, con
sus hojas verde oscuro en el borde del iris, y su color madera pegado a la
pupila. Y es un bosque que está lleno de lobos. “No me digas que crees que fue
un capricho” Mi voz es apenas un susurro, tan bajo que mi mejor amigo se tiene
que inclinar para escucharme, pero las palabras salen de mi boca, inexorables
como el paso de las estaciones. “Sólo he sentido algo parecido por alguien dos
veces, y la segunda ya la he olvidado. Pero no la primera, no. Me aferré a esa
esperanza cuando todo estaba perdido. Y a ti. Fuisteis mis contactos con la
realidad, con lo que pude distinguir, y saber elegir con la cabeza necesaria en
cada decisión. ¿Que era guapa? Era preciosa, apenas consciente de su propia
belleza, como una flor que empieza a abrirse” Imité la media sonrisa que me
dedicaba Amadeo enfrente de mí, al recordar la frase de Kvothe. “Era…. ”
Resoplé frustrado al no encontrar palabras que merecieran describirla. “Era
simplemente perfecta. Tenía defectos, pero era precisamente eso lo que la hacía
especial. Tú dirías que tenía el pelo castaño oscuro, los ojos marrones, y unas
pocas pecas en las mejillas. Yo te diría que su pelo era liso, suave, del color
del café oscuro y que sus ojos solían brillar siempre, estuviese triste o
feliz, con una mirada que podía pararte el corazón, y una sonrisa que podía
reanimártelo antes de que olvidase como seguir latiendo. No fue un capricho.
Por ella no me costaría madrugar y hacer el desayuno los fines de semana, o
pasar frío mientras espero a que salga de clase en la facultad. A ella no la
querría llevar a la cama, sino a las estrellas. No habría ninguna mujer más
feliz en la Tierra
entera, pues su felicidad se convertiría en mi vida.” Me levanté de la silla
acercándome a la pared y volví a mirar por la ventana, viendo como los últimos
rayos de sol se iban a dormir. Oí que él también se levantaba, y sus pasos
hasta que apareció a mi lado. Nos miramos entrecerrando los ojos para que el
Sol no nos deslumbrase, con los ojos de quienes se han escuchado tantas veces
que no hace falta hablar a veces para decirlo todo. “Lo sé, nano, lo sé. Y sé
que si desde que te fuiste no has cambiado de opinión, es porque
realmente no es una tontería. No eres ese tipo de persona. Si tengo que confiar
en la opinión de alguien, es la tuya. No te preocupes, la vida da muchas
vueltas, y quien sabe cómo acabaremos.” Sonrió por fin, y las arrugas de
preocupación de su frente desaparecieron como si nunca hubiesen existido. Me
pasó un brazo por los hombros, reconfortándome. “Pero como vuelvas a mirarme
como antes, pagas tú.” La risa subió por mi pecho, volviendo a dejarme
tranquilo, como una ola que derrumba un castillo de arena hasta no dejar nada.
Le guiñé un ojo mientras me giraba hacia la barra “Doncs no deixes que
m’enrecorde”.
1 comentario:
Creía que ciertas palabras sólo existían en los libros.
Quizás algún día te cuente un secreto sobre esta entrada.
Love,
A.
Publicar un comentario