- Mira hacia el cielo. ¿Puedes ver las estrellas? Bien. Dime
cuál de todas eres.
+ Soy la que tiene los ojos de miel. Allí, encima de aquellas
dos verdes de la derecha. ¿Sabes dónde digo?
Veo por el rabillo del ojo como aparecen dos puntos
brillantes en el cielo justo donde señala. Parpadean un poco y se quedan fijas
por fin. Sonrío encantado por la magia de la ciudad de los sueños. Podrías
hacer que no hubieran distancias con solo desearlo. Desear que aparezcan nuevas
estrellas como acababa de hacer ella. O desear que una ráfaga de viento le
suelte un mechón de pelo. Lo pienso y ocurre. Sonríe mientras se lo recoge
detrás de la oreja. Empieza a mover las manos y mueve las estrellas por el
cielo, haciendo que las luces verdes persigan a las de color miel. Le dedico
una mirada cargada de significado (¬¬!). Ella ríe.
+ Ooocchei, no siempre me buscas tú. También empiezo yo. Pero
solo a veces. –Su intento por parecer ofendida queda desmentido por el guiño
que me dedica mientras se incorpora.
Reprimo una sonrisa de pura felicidad. Cierra los ojos y veo
que frunce un poco el ceño. Debe estar soñando algo. De pronto, nos envuelve un
olor a canela. Ella aspira profundamente y abre los ojos. Me veo reflejado en
ellos, a la luz de las estrellas, sentado frente a ella. Me veo como soy, lleno
de mis imperfecciones, con mi cicatriz en el labio y mis canas. Me callo
mientras pienso que es un sueño, que podría desear cambiar lo que quisiera de
mí, igual que yo podría cambiar lo que quisiera de ella: hablar los dos el
mismo idioma tal vez... no lo sé. Y sin embargo solo cambiamos lo que nos
rodea, las cosas sin importancia: creamos nuevas estrellas, cambiamos el olor
de la lluvia por el de la canela, levantamos soplos de viento… Pero me doy
cuenta de que es como cuando ves bailar a dos buenos bailarines, cuando son
capaces de cargar un movimiento de momentos, sin llegar nunca a tocarse, pero
sin alejarse más de unos centímetros. Yo no le toco a ella, y ella no me cambia
nada. Como dice la canción, dos gotas de agua, que no chocan por no despertar
el huracán que llevan dentro. Es algo precioso. Cualquiera puede verlo. Por eso
mismo los dos tenemos tanto cuidado. Porque no sabemos bien a qué estamos jugando,
por mucho que agitemos los manuales de reglas delante nuestro.
Pasamos mucho tiempo sentados, mirando al cielo, jugando al
escondite entre las estrellas. Pero cuando la noche empieza a clarear, se
acerca la hora de volver a casa, de volver tras los mil seiscientos que nos
separan. La miro deseando lo único que no puedo soñar, parar el tiempo en el
sueño, y tartamudeo el único consuelo que me queda de momento mientras esbozo
una sonrisa resignada.
- Parliamo domani?
+ Dai, dai… ‘Notte, patatino.
- Perfecte, na nit ulls de mel.