Su boca... su sonrisa... era el Infierno cada vez que mis
labios la rozaban. Quemaban, como hechos del hielo más frío, de la escarcha más
abrasadora. Cuando no los tenía, echaba de menos las quemaduras, y cuando los
sentía… simplemente eso, los sentía, clavándose sin piedad en mí. Sonrío y no
lloro cuando los recuerdo. Los anhelo, los necesito. Cierro los ojos y evoco su
mano recorriendo mi cara, desde el nacimiento del pelo, bordeando mi oreja y
tambaleándose al filo de mi mandíbula para acabar posándose sobre mis labios
entreabiertos como una mariposa sobre una trampa. Beso las yemas de sus dedos,
la palma de su mano y apoyo mi mejilla contra ella, como si fuese la almohada
perfecta, dispuesto a dormirme y despertarla mañana. Recorro con mis dedos su
cadera, la curva de su cintura y provoco que se le erice la piel cuando paseo
por la parte baja de su espalda. Se muerde el labio ligeramente de forma
peligrosa mientras esbozo media sonrisa, también peligrosa, al ver como en el
fondo de sus ojos se enciende una chispa que, cómo no, también es de las
peligrosas. Me acerco más a ella y apoyo mi barbilla en su hombro. Se estremece
cuando la barba le cosquillea, pero no huye, sino que gira la cabeza mientras
me mira de reojo, evaluándome. Recojo un mechón de pelo detrás de su oreja,
siguiéndolo con los dedos hasta rozar el lóbulo, sin dejar de mirarla. Por fin,
parpadeamos los dos, risueños, y acerco mis labios a su cuello. Su piel lee el
“Te he echado de menos” que le dibujo a besos, y cuando pongo el punto final, está
sonriéndome.
I cannot go to the ocean,
I cannot drive the streets at night.
I cannot wake up in the morning,
without you on my mind.